ESPERO VUESTRA

OPINIÓN

 

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LAURENCE OLIVIER

y

 VIVIEN LEIGH

 

REYES DEL CINE Y EL TEATRO INGLES

 

 

 

Este articulo, debido a la información que contiene, es muy extenso, pero estoy convencido de que será de total interés para todos los amantes del cine e interesados en la trayectoria de estos dos grandes actores

(El autor)

 

 

Vivien entró en una producción del Old Vic estrenada en Elsinor, Dinamarca. Olivier recordó más adelante un incidente cuando su humor cambió rápidamente mientras ella se estaba preparando para entrar en escena; sin provocación aparente, empezó a gritarle y de repente se quedó en silencio y con la mirada perdida. Pudo llevar a cabo la representación sin contratiempos y al día siguiente había vuelto a la normalidad sin recordar el incidente. Era la primera vez que Olivier presenciaba en ella este comportamiento. Comenzaron a vivir juntos, ya que sus respectivos esposos se habían negado a concederles el divorcio. A causa de los estándares morales aplicados por entonces por la industria cinematográfica, su relación tenía que llevarse a cabo al margen de la opinión pública. Actuó junto a Robert Taylor, Lionel Barrymore y Maureen O'Sullivan en A Yank at Oxford (1938), que fue la primera de sus películas en recibir atención en Estados Unidos. Durante la producción, adquirió una reputación de carácter difícil e irrazonable, en parte porque le disgustaba su papel secundario, pero principalmente porque sus petulantes excentricidades parecían resultarle beneficiosas. A pesar de llegar a un acuerdo tras la amenaza de presentar una demanda por un incidente frívolo, Korda le dijo a su representante que advirtiera a la actriz que no le renovarían el contrato si su comportamiento no mejoraba. Su siguiente papel fue en Sidewalks of London, junto a Charles Laughton. Mientras Olivier había intentando ampliar su carrera cinematográfica, pero a pesar de su éxito en Gran Bretaña no era muy conocido en Estados Unidos y los intentos anteriores de presentarlo al público estadounidense habían fracasado. Tras recibir una oferta para el papel de Heathcliff en la producción de Samuel Goldwyn Cumbres Borrascosas, viajó a Hollywood dejando a Leigh en Londres. Goldwyn y el director de la película, William Wyler, ofrecieron a la actriz el papel secundario de Isabella, pero ella rechazó la oferta porque prefería el de Cathy, papel que finalmente desempeñó Merle Oberon.

Mientras en Hollywood se estaba llevando a cabo una búsqueda acompañada de gran publicidad para encontrar a una actriz para el papel de Scarlett O'Hara en la gran producción de David O. Selznick de Lo que el viento se llevó (1939). Por aquel entonces Myron Selznick, hermano de David y agente teatral estadounidense de Leigh, era el representante en Londres de la Myron Selznick Agency. En febrero de 1938 Leigh le pidió a Myron Selznick que la consideraran para desempeñar el papel de Scarlett.

 

Ese mismo mes David O. Selznick vio sus actuaciones en Fire Over England y A Yank at Oxford y pensó que era una buena actriz, pero de ninguna manera una posible Scarlett porque era «demasiado británica». A pesar de ello, Leigh viajó a Los Ángeles para estar con Olivier y tratar de convencer a David Selznick de que ella era la persona adecuada para el papel. Myron Selznick también era representante de Olivier y cuando conoció a Leigh creyó que poseía las cualidades que su hermano estaba buscando. Se cuenta que Myron Selznick llevó a Leigh y a Olivier al plató donde se filmó la grabación de la escena del incendio de Atlanta y orquestó un encuentro donde presentó a Leigh y, dirigiéndose burlonamente a su hermano menor, le dijo: «Hey, genio, te presento a tu Scarlett O'Hara». Al día siguiente, Leigh leyó una escena para Selznick, quien organizó una prueba de pantalla con el director George Cukor y escribió a su esposa:

 «Ella es Scarlett y se ve muy bien. Te comento esto sin que se lo digas a nadie, la selección está entre Paulette Goddard, Jean Arthur, Joan Bennett y Vivien Leigh».

 

 Cukor estuvo de acuerdo y alabó la «increíble bravura» de Leigh ...la actriz consiguió el papel poco después.

 

 

El rodaje resultó muy difícil. Cukor fue despedido y sustituido por Victor Fleming, con quien la actriz tenía frecuentes enfrentamientos. Ella y Olivia de Havilland se reunían en secreto con Cukor por las noches y los fines de semana para oír sus consejos sobre cómo debían desempeñar sus papeles. Leigh entabló amistad con Clark Gable, su esposa Carole Lombard  y Olivia de Havilland, pero no tuvo buenas relaciones con Leslie Howard, con quien debía rodar varias escenas muy emotivas. En ocasiones debía trabajar los siete días de la semana, a menudo hasta altas horas de la noche, lo cual aumentaba su angustia; además echaba de menos a Olivier. Durante una llamada telefónica de larga distancia con Olivier, declaró: «... ¡cómo odio actuar en el cine! ¡Lo odio, lo odio, y no quiero volver a rodar nunca más una película!» En una biografía de Olivier de 2006, Olivia de Havilland defendió a Leigh contra las afirmaciones acerca de su conducta maníaca durante el rodaje de la película:

 «Vivien fue impecablemente profesional, impecablemente disciplinada en Lo que el viento se llevó. Tenía dos grandes preocupaciones: hacer su mejor trabajo en un papel extremadamente difícil y estar separada de Larry, que estaba en Nueva York»

La película le supuso a Leigh fama y atención inmediata, aunque se la cita diciendo: «No soy una estrella de cine, soy actriz. Ser una estrella de cine, es una vida falsa, vivida por falsos valores y por la publicidad. Las actrices trabajan mucho tiempo y siempre hay papeles maravillosos para representar».... Lo que el viento se llevó ganó diez premios Óscar, incluido el de mejor actriz para Leigh, quien también ganó un premio como mejor actriz concedido por el Círculo de Críticos de Cine de Nueva York.

 

Matrimonio y primeros trabajos con Olivier

 

 

 

En febrero de 1940 Jill Esmond aceptó divorciarse de Laurence Olivier y Leigh Holman de Vivien, aunque mantuvieron una estrecha amistad por el resto de su vida. Esmond recibió la custodia de Tarquin, su hijo con Olivier, y Holman recibió la custodia de Suzanne, su hija con Leigh. El 31 de agosto de 1940 se casaron en el complejo turístico propiedad de Ronald Colman San Ysidro Ranch en Santa Bárbara (California), en una ceremonia a la que asistieron solamente sus anfitriones, Ronald y Benita Colman, y los testigos, Katharine Hepburn y Garson Kanin.  Leigh había realizado una prueba de pantalla y esperaba coprotagonizar junto a su marido Rebecca (1940), que iba a ser dirigida por Alfred Hitchcock con Olivier en el papel principal. Después de ver la prueba de pantalla de Leigh, David Selznick señaló que «no parece la adecuada para representar la sinceridad, edad o inocencia» del personaje, una opinión compartida por Hitchcock y el mentor de Leigh, George Cukor,​ además Selznick observó que no había demostrado ningún entusiasmo por el papel hasta que Olivier fue confirmado como protagonista, por lo que le dio el papel a Joan Fontaine, y también se negó a permitir que se uniera a Olivier en Más fuerte que el orgullo, por lo que Greer Garson desempeñó el papel que Leigh deseaba para ella misma.​ Olivier y Leigh iban a protagonizar El puente de Waterloo (Waterloo Bridge, 1940), pero Selznick substituyó a Olivier con Robert Taylor, por entonces en la cumbre de su éxito como una de las estrellas masculinas más populares de la Metro-Goldwyn-Mayer;​ sus recaudaciones en taquilla reflejaban su estatus en Hollywood y la película tuvo gran acogida entre la audiencia y la crítica.

 

Los Olivier montaron una producción teatral de Romeo y Julieta para Broadway. La prensa de Nueva York dio a conocer la naturaleza adúltera de los inicios de la relación entre Olivier y Leigh y cuestionó su ética al no regresar al Reino Unido para colaborar con el esfuerzo bélico de su país. Las críticas de Romeo y Julieta fueron desfavorables. Brooks Atkinson, del The New York Times, escribió: «Aunque la señorita Leigh y el señor Olivier son unos atractivos jóvenes, prácticamente no actúan». Aunque la mayor parte de la culpa se atribuyó a la actuación y dirección de Olivier, Leigh también fue criticada, como en el caso del historiador y crítico Bernard Grebanier, famoso por sus estudios sobre la obra de Shakespeare. La pareja había invertido casi todos sus ahorros, unos 40 000 dólares, en el proyecto y el fracaso fue un desastre financiero para ambos. El matrimonio protagonizó That Hamilton Woman (1941), con Olivier como Nelson y Leigh como Emma Hamilton. Por entonces Estados Unidos todavía no se habían incorporado a la guerra en curso, y esta fue una de las películas que Hollywood realizó con el objetivo de despertar un sentimiento pro británico entre el público estadounidense. La película fue popular en Estados Unidos y un éxito excepcional en la Unión Soviética. Winston Churchill organizó una proyección durante una fiesta a la que asistió el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt y al terminar se dirigió a los asistentes diciendo: «Caballeros, pensé que esta película les interesaría, pues muestra los grandes eventos similares a aquellos en los que están tomando parte». Los Olivier siguieron colaborando con Churchill, asistiendo a cenas y aquellas ocasiones para las que fueron requeridos durante el resto de su vida. Los Olivier regresaron a Gran Bretaña en marzo de 1943; Leigh recorrió el norte de África ese mismo año como parte de una revista para las fuerzas armadas desplazadas en la región. Según los informes, rechazó un contrato de un estudio cinematográfico por valor de 5000 dólares semanales de voluntaria como parte del esfuerzo bélico. Actuó para las tropas antes de caer enferma con una tos persistente y fiebre. En 1944 se le diagnosticó tuberculosis en el pulmón izquierdo y pasó varias semanas en el hospital. Estaba rodando César y Cleopatra cuando descubrió que estaba embarazada, pero poco después sufrió un aborto espontáneo. Entró temporalmente en una profunda depresión que en su peor momento la llevó a caerse al suelo sollozando en un ataque de histeria. Este fue el primero de los muchos episodios de su trastorno bipolar. Olivier llegó a reconocer los síntomas de un episodio inminente: varios días de hiperactividad, seguidos de un período de depresión y un colapso nervioso, después de lo cual Leigh no recordaría el incidente, pero estaría sumamente avergonzada y arrepentida.

 

 

Con la aprobación de su médico, Leigh estuvo lo suficientemente bien como para volver a actuar en 1946, protagonizando la exitosa producción teatral de Thornton Wilder en Londres The Skin of Our Teeth; sin embargo sus películas de este período, César y Cleopatra (1945) y Anna Karénina (1948), no fueron grandes éxitos comerciales. Todas las películas del Reino Unido de este período se vieron afectadas negativamente por un boicot de Hollywood a las películas británicas. En 1947 Olivier fue nombrado caballero y Leigh lo acompañó al palacio de Buckingham para la investidura, convirtiéndose en Lady Olivier. Tras su divorcio, según la costumbre que se otorgaba a la esposa divorciada de un caballero, se la conocía socialmente como Vivien, Lady Olivier. En 1948 Olivier formó parte de la junta directiva del Old Vic Theatre y emprendió junto a su esposa una gira de seis meses por Australia y Nueva Zelanda para recaudar fondos para el teatro. Olivier desempeñó el papel protagonista en la obra teatral Ricardo III y también actuó junto a Leigh en The School for Scandal y The Skin of Our Teeth. La gira fue un éxito excepcional y, aunque Leigh padecía de insomnio y le permitió a su suplente reemplazarla durante una semana mientras estaba enferma, generalmente soportó los requerimientos que se le imponían, como las peticiones de atender a los medios, pues Olivier apreciaba su habilidad para «cautivar a la prensa». Los miembros de la compañía recordaron más adelante varias peleas entre la pareja, y Olivier estaba cada vez más resentido por las demandas que recaían sobre él durante la gira. El altercado más dramático ocurrió en Christchurch, Nueva Zelanda, cuando no encontraron sus zapatos y Leigh se negó a salir al escenario sin ellos. Olivier, exhausto y exasperado, le gritó una obscenidad y le dio una bofetada en la cara, y Leigh le devolvió otra bofetada, consternada de que la golpeara públicamente; poco después se dirigió al escenario con unos zapatos prestados y, en cuestión de segundos, había «secado sus lágrimas y sonreído alegremente en escena». Al final de la gira, ambos estaban agotados y enfermos. Olivier le dijo a un periodista: «Puede que no lo sepas, pero estás hablando con un par de cadáveres andantes». Más tarde, observaría que «perdió a Vivien» en Australia. El éxito de la gira animó a los Olivier a hacer su primera aparición en el West End juntos, representando las mismas obras y una más, Antígona, incluida ante la insistencia de Leigh porque deseaba desempeñar un papel en una tragedia.

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Leigh consiguió el papel de Blanche DuBois en la producción teatral de la obra de Tennessee Williams Un tranvía llamado Deseo (A Streetcar Named Desire, 1947), después de que Williams y la productora de la obra, Irene Mayer Selznick, la vieran actuando en The School for Scandal y Antígona; por su parte, Olivier fue contratado como director. La obra incluía una escena de violación y referencias a la promiscuidad y la homosexualidad, y estaba claramente destinada a ser polémica; el debate en los medios de comunicación sobre su pertinencia incrementó la ansiedad de Leigh. Sin embargo, creía firmemente en la importancia de esta obra. Cuando la producción de la obra en el West End se estrenó en octubre de 1949, J. B. Priestley la censuró y la actuación de Leigh, el crítico Kenneth Tynan, que tenía por costumbre rechazar sus actuaciones teatrales, comentó que Leigh no era apropiada para el papel porque los actores británicos estaban «demasiado bien educados para exteriorizar sentimientos en escena». Olivier y Leigh estaban desilusionados porque parte del éxito comercial de la obra estaba en la asistencia de espectadores que querían ver lo que creían sería una historia escabrosa, en lugar de lo que ellos concebían como una tragedia griega. La obra también tuvo firmes defensores, como el actor y dramaturgo Noël Coward, quien describió a Leigh como «espléndida» Después de 326 representaciones Leigh dejó la obra, y pronto fue elegida para volver a interpretar su papel como Blanche DuBois en la versión cinematográfica. Su irreverente y a menudo obsceno sentido del humor hizo que mantuviera una buena relación con el coprotagonista, Marlon Brando, pero al principio tuvo dificultades para trabajar con el director, Elia Kazan, ya que éste no estaba de acuerdo con la dirección que Olivier había tomado al dar forma al personaje de Blanche. Kazan había preferido a Jessica Tandy y más tarde a Olivia de Havilland antes que a Leigh, pero sabía que había tenido éxito en la producción teatral londinense. Posteriormente comentó que no la tenía en gran estima como actriz, considerando que «tenía poco talento», sin embargo a medida que el rodaje avanzaba, pasó a sentir una «gran admiración» por «la mayor determinación por sobresalir de cualquier actriz que conozco. Se habría arrastrado sobre cristales rotos si creyera que eso ayudaría a su actuación». Leigh encontró el papel extenuante y comentó en Los Angeles Times:

 «Estuve durante nueve meses en el teatro como Blanche DuBois. Ahora ella está sobre mí».

Su actuación en la película recibió magníficas críticas, y obtuvo su segundo Óscar como mejor actriz, el Premio de la Academia Británica de las Artes Cinematográficas y de la Televisión (BAFTA) a la mejor actriz británica y un premio del Círculo de Críticos de Cine de Nueva York a la mejor actriz. Tennessee Williams comentó que Leigh dio al papel «todo lo que imaginé para él, y mucho de lo que nunca había soñado». Leigh tenía sentimientos encontrados acerca de su relación con el personaje; en años posteriores, dijo que interpretar a Blanche DuBois «me volvió loca».

 Olivier la acompañó a Hollywood, donde él iba a coprotagonizar junto a Jennifer Jones la película Carrie. dirigida por William Wyler.

 

 

En 1951 Leigh y Laurence Olivier interpretaron dos obras teatrales sobre Cleopatra, Antonio y Cleopatra de William Shakespeare y César y Cleopatra de Bernard Shaw, alternando la obras cada noche y obteniendo buenas críticas. En 1952 llevaron las producciones a Nueva York, donde las representaron en el Ziegfeld Theatre durante una temporada. Las críticas también fueron positivas, pero el crítico de cine Kenneth Tynan los enfureció cuando sugirió que Leigh carecía de talento, lo que obligaba a Olivier a comprometer el suyo; la diatriba de Tynan casi provocó otro colapso de la actriz, quien, aterrorizada por el fracaso y con su intención de alcanzar la grandeza, se obsesionó con estos comentarios e hizo caso omiso de las críticas positivas de otros críticos. En enero de 1953 viajó a Ceilán para filmar La senda de los elefantes junto a Peter Finch. Poco después de que comenzara el rodaje, sufrió un colapso nervioso y Paramount Pictures la reemplazó por Elizabeth Taylor. Olivier la llevó de regreso a su casa en Gran Bretaña donde, en uno de sus períodos de incoherencia, Leigh le dijo que estaba enamorada de Finch y había mantenido un romance con él. Tras varios meses consiguió recuperarse. Como resultado de este episodio, muchos de los amigos de los Olivier se enteraron de sus problemas. David Niven dijo que había estado «bastante loca». Noël Coward expresó sorpresa en su diario y que «las cosas habían estado mal y empeoraban desde 1948 aproximadamente». La relación romántica de Leigh con Finch comenzó en 1948 y creció y menguó, disminuyendo la intermitencia a medida que su condición mental se deterioró. En 1953 estaba lo suficientemente recuperada como para interpretar The Sleeping Prince junto a Olivier y en 1955 actuó durante una temporada en Stratford-upon-Avon representando las obras de Shakespeare Noche de reyes, Macbeth y Tito Andrónico. Llenaron los aforos y recibieron por lo general buenas críticas... la salud de Leigh parecía estable. En 1955 protagonizó la película de Anatole Litvak The Deep Blue Sea..

 

En 1956 actuó como protagonista en la obra teatral de Noël Coward South Sea Bubble, pero se retiró de la producción cuando quedó embarazada. Varias semanas más tarde abortó y entró en un período de depresión que duró meses. Se unió a Olivier para una gira europea de Tito Andrónico, pero la gira fracasó a causa de sus frecuentes ataques contra Olivier y otros miembros de la compañía. Regresó a Londres, donde su exmarido, Leigh Holman, que todavía podía ejercer una gran influencia en ella, se quedó con los Olivier y ayudó a calmarla.

 

En 1958, considerando que su matrimonio había terminado, inició una relación con el actor Jack Merivale, quien estaba al tanto de la situación médica de Leigh y le aseguró a Olivier que él la cuidaría. En 1959, tras su éxito con la comedia de Noël Coward " Look After Lulu", un crítico que trabajaba para The Times la describió como «hermosa, deliciosamente fresca y de hecho, es la dueña de todas las situaciones». En 1960 se divorciaron y Olivier pronto se casó con la actriz Joan Plowright. En su autobiografía, Olivier habló de los años de tensión que habían sufrido debido a la enfermedad de Leigh:

 «A lo largo de su posesión por ese monstruo increíblemente maligno, la depresión maníaca, con sus mortales y cada vez más estrechas espirales, ella mantuvo su buen juicio personal, una habilidad para disfrazar su verdadera condición mental de casi todos excepto yo, para quienes difícilmente podrían esperarse el problema.»

La relación con Merivale demostró ser una influencia estabilizadora para Leigh, pero a pesar de su aparente alegría, el periodista Radie Harris la cita diciendo: «preferiría haber vivido una vida breve con Larry que enfrentarse a una larga sin él». Su primer marido, Leigh Holman, también pasó mucho tiempo con ella. Merivale se unió a ella para una gira por Australia, Nueva Zelanda y América Latina, que duró desde julio de 1961 hasta mayo de 1962, en la que la actriz disfrutó de críticas positivas sin compartir protagonismo con Olivier. A pesar de que todavía sufría episodios de depresión, continuó trabajando en el teatro y, en 1963, ganó un premio Tony a la mejor actriz en un musical por su papel en Tovarich. También apareció en las películas The Roman Spring of Mrs. Stone y El barco de los locos. Su última aparición en pantalla fué en El barco de los locos, todo un triunfo y emblemática sus dolencias que se estaban arraigando. Antes del rodaje, el productor y director Stanley Kramer tenía intención de que Leigh la protagonizara, aunque inicialmente no estaba al corriente de su frágil estado físico y mental. Hablando sobre su trabajo, Kramer recordó su valor al asumir el difícil papel: «Estaba enferma, y el coraje de seguir adelante, el coraje para hacer la película; fue casi increíble». Su papel estaba cargado de paranoia y tuvo como consecuencia crisis nerviosas que afectaron a su relación con otros actores, aunque tanto Simone Signoret como Lee Marvin fueron muy comprensivos. En la escena de violación, Leigh se vio turbada y golpeó a Marvin con tanta fuerza con un zapato de tacón, que le marcó la cara. Leigh ganó el premio L'Étoile de Cristal por su actuación en un papel protagonista.

 

 

En mayo de 1967 estaba ensayando para actuar junta a Michael Redgrave en la obra de Edward Albee "Un delicado equilibrio", cuando sufrió una recaída en su tuberculosis. Tras varias semanas de reposo pareció que se recuperaba. Durante la noche del 7 de julio de 1967, Merivale la dejó como de costumbre en su apartamento de Eaton Square para actuar en una obra de teatro y regresó poco antes de la medianoche encontrándola dormida; alrededor de 30 minutos más tarde, entró en el dormitorio y descubrió su cuerpo en el suelo. Ella había intentado ir al baño y, cuando sus pulmones se llenaron de líquido, se colapsaron y se asfixió. Su fallecimiento se dio a conocer públicamente el 8 de julio y las luces de todos los teatros de Londres se apagaron durante una hora. Se celebró un servicio católico en la Iglesia de Santa María de Cadogan Street, en Londres, y a su funeral asistieron celebridades del teatro y el cine británico. De acuerdo con sus últimas voluntades, Leigh fue incinerada en el crematorio de Golders Green y sus cenizas fueron dispersadas en el lago junto su casa de campo en Tickerage Mill, cerca de Blackboys, Sussex Oriental. Se celebró un servicio conmemorativo en St Martin-in-the-Fields, en el que John Gielgud leyó un panegírico....Se puso una placa conmemorativa del English Heritage ubicada en el n.º 54 de Eaton Square en el barrio de Belgravia, Londres, último domicilio de la actriz.

 

Estaba considerada como una de las actrices más bellas de su época, y los directores de las películas en las que actuó hicieron énfasis en este hecho. Cuando se le preguntó si ella creía que su belleza había sido un impedimento para ser tomada en serio como actriz, contestó:

 «La gente piensa que si te ves bastante aceptable, no puedes actuar, y como sólo me interesa actuar, creo que la belleza puede ser una gran desventaja, si realmente quieres mostrarte como el papel que estás desempeñando, que no es necesariamente como tú.»

 El director George Cukor la describió como una «consumada actriz, obstaculizada por su belleza»,​ y Laurence Olivier dijo que los críticos debían «darle crédito por ser actriz y no dejar que sus juicios se vieran distorsionados por su gran belleza». El guionista y director Garson Kanin compartió este punto de vista y describió a Leigh como «una mujer cuya encantadora belleza a menudo tendía a oscurecer sus sorprendentes logros como actriz. Las grandes bellezas son con poca frecuencia grandes actrices - simplemente porque no lo necesitan. Vivien era diferente; ambiciosa, perseverante, seria, a menudo inspirada». Leigh dijo que desempeñaba «tantos papeles distintos como le era posible» en un intento de aprender su arte y disipar los prejuicios sobre sus habilidades. Consideraba que la comedia era más difícil de interpretar que el drama porque requería un tiempo más preciso y dijo que se debería poner más énfasis en la comedia como parte del aprendizaje de un actor. Al acercarse al final de su carrera, que fue desde las comedias de Noël Coward hasta las tragedias de Shakespeare, observó: «Es mucho más fácil hacer llorar a la gente que hacerla reír».​

 

 

Sus primeras actuaciones le supusieron un éxito inmediato en Gran Bretaña, pero fue relativamente desconocida en otras partes del mundo hasta el estreno de Lo que el viento se llevó. En diciembre de 1939, el crítico de cine Frank Nugent escribió en The New York Times: «La Scarlett de la señorita Leigh ha reivindicado la absurda búsqueda de talento que indirectamente la rodeó. Ella está tan perfectamente diseñada para el papel por arte y naturaleza que cualquier otra actriz en el papel sería inconcebible» y a causa del incremento de su fama apareció en la portada de la revista Time caracterizada como Scarlett. En 1969, el crítico Andrew Sarris comentó que el éxito de la película se debió en gran medida a «la acertada elección» de Vivien y en 1998 escribió que «vive en nuestras mentes y recuerdos como una fuerza dinámica más que como una presencia estática». El historiador y crítico de cine Leonard Maltin describió la película como una de las más grandes de todos los tiempos, escribiendo en 1998 que Leigh «desempeñó brillantemente» su papel. Su actuación en la producción del West End de Un tranvía llamado Deseo, descrita por la escritora Phyllis Hartnoll como «prueba de mayor fuerza como actriz de lo que había demostrado hasta ahora», le supuso un largo período durante el cual fue considerada una de las mejores actrices del teatro británico. Refiriéndose a la versión cinematográfica posterior, la crítica de cine Pauline Kael escribió que Leigh y Marlon Brando ofrecieron «dos de las mejores actuaciones de todos los tiempos en una película» y que Vivien era «una de esas escasas actuaciones que realmente se puede decir que evocan miedo y compasión». Su mayor crítico fue Kenneth Tynan, quien ridiculizó la actuación de Leigh junto a Olivier en la producción teatral de 1955 de Tito Andrónico y de su reinterpretación de Lady Macbeth del mismo año, diciendo que era insustancial y carecía de la furia necesaria exigida por la obra. Sin embargo, tras la muerte de la actriz Tynan rectificó su opinión, describiendo su crítica anterior como «uno de los peores errores del juicio» que había hecho nunca; creyó que la interpretación de Leigh, en la que Lady Macbeth utiliza su atractivo sexual para mantener a Macbeth cautivado, «tenía más sentido ... que la típica arpía» con el que se solía interpretar el personaje. En una encuesta de opinión entre críticos teatrales realizada poco después de su muerte, varios de ellos citaron su Lady Macbeth como uno de sus mayores logros en el teatro.

 

 

 

LOS OLIVIER

 

En 1969 se colocó una placa conmemorativa de la actriz en la Actors' Church, St Paul, Covent Garden, Londres. En 1985 apareció un retrato con su imagen en una serie de sellos postales del Reino Unido, junto con Alfred Hitchcock, Charles Chaplin, Peter Sellers y David Niven para conmemorar el «Año del cine británico». En abril de 2013 fue incluida de nuevo en otra serie de sellos, esta vez conmemorando el 100 aniversario de su nacimiento, logrando el raro privilegio para alguien no miembro de la realeza de aparecer en sellos británicos en más de una ocasión. The British Library en Londres compró los documentos de Laurence Olivier en 1999; conocido como «El Archivo Laurence Olivier», la colección incluye muchos de los documentos personales de Vivien Leigh, incluidas numerosas cartas que escribió y fotografías, contratos y diarios, que era propiedad de su hija, Suzanne Farrington. En 1994 la Biblioteca nacional de Australia compró un álbum de fotografías, con el monograma "L & V O", que perteneció a los Olivier y contiene 573 fotografías de la pareja durante su gira de 1948 por Australia, considerado actualmente como parte del registro de la historia de las artes escénicas de Australia. En 2013 el Museo de Victoria y Alberto de Londres adquirió un archivo de Vivien, como diarios, fotografías, guiones anotaciones de teatro y sus numerosos premios.

 

Tras la fachada de respetabilidad, ambos ocultaban vidas privadas menos apacibles de lo que parecía. El matrimonio de Vivien, tras tener a su hija Suzanne, no había cumplido sus expectativas, aparte de que su marido no aprobaba su vocación interpretativa ni que dedicase mucho más interés a su formación teatral que a su faceta como madre y esposa. Vivien empezó a tener líos extramaritales con John Buckmaster, el fundador del club para caballeros Buck, o con el poderoso productor Alexander Korda. Por su parte, Laurence se había consolidado como uno de los actores shakespeareanos por excelencia, y llegaría a ser uno de los más reconocidos de la historia, pero en ocasiones su intimidad parecía más bien propia de una obra de Tenneessee Williams. “Debido a su educación represiva, Jill Esmond fue la primera experiencia sexual y sentimental de Olivier con una mujer”, escribe el biógrafo Michelangelo Capua sobre su relación con su primera esposa. Donald Spoto describe a Olivier como un niño que nunca superó la muerte de su madre, acomplejado por su pluma adolescente en los clásicos violentos y clasistas colegios británicos, una persona tan insegura que solo vive de verdad sobre las tablas y que a veces “no sabe cuándo está actuando y cuándo no”. También afirma que la actriz Jill Esmond prefería a las mujeres y que el día antes de su boda le aseguró que no le amaba. A Olivier no le importó porque estaba “desesperado por irse a la cama con una mujer”. Está comprobado que poco antes de la aparición de Vivien en su vida tuvo un amante; varios biógrafos lo cuentan de un modo que denota una incomodidad casi propia de la sociedad eduardiana en la que había nacido Olivier. Terry Coleman explica: “Encontré la evidencia de un romance homosexual en 1937 con un actor llamado Henry Ainley. No creo que sea una cosa tremendamente importante. Está ahí y es un hecho, y por lo tanto dejo constancia de ello”. Además, hay un baile de fechas: Capua dice que ocurrió en 1935, cuando Olivier era tan infeliz en su matrimonio con Jill que se “vio empujado” a tener una breve relación gay y se apresura a aclarar que aquello terminó en cuanto empezó la relación con Vivien. En cualquier caso, su affaire con Henry Ainley es oficial, pero se quedó en nada ante una relación que marcaría su vida.

 

En algún momento del año 1936 Laurence y Vivien se convirtieron en amantes;

 “Pronto empecé a sentir pena de Jill; en realidad, algo más que pena y, por supuesto, a sentirme culpable. Pero era para nosotros algo tan fatalmente irrepetible como para cualquier otra pareja, desde Sigmund y Sieglinde a Windsor y Simpson”.

 Jill descubrió que su marido le estaba siendo infiel de forma casual y dolorosa. Laurence le había dicho que le gustaría que, si era niño, el bebé se llamase Tarquin. Mantuvieron el nombre en secreto, pero el 8 de abril de 1936 Jill y Laurence acudieron al estreno de la obra The Happy hypocrite, protagonizada por Vivien. Cuando se acercaron al camerino a felicitarla, Vivien le comentó de buen humor, señalando su barriga de cinco meses de embarazo, “¿Cómo está el pequeño Tarquin?”. Cuando nació el niño, Olivier llevó a Vivien a visitarlo, con Jill aún exhausta y recuperándose. “No sé en qué estaba pensando”, diría años después Tarquin, ya adulto, sobre su padre.

Vivien y Larry estuvieron dos años a escondidas mientras sus respectivas parejas intentaban aceptar la política de hechos consumados, aunque su volcánica relación no era un secreto para nadie, sobre todo porque empezaron a trabajar juntos en películas como Inglaterra en llamas o en el teatro, donde representaron Hamlet. “No podíamos evitar tocarnos el uno al otro; querernos casi ante los ojos de Jill”, confesaba él. “Esa proximidad produjo el resultado que era de esperar, y dos matrimonios quedaron rotos. Sospecho que este pasaje puede no resultar agradable de leer. Si he de ser sincero, produce cierto asco escribirlo”. El 10 de junio del 37 los amantes certificaron su amor marchándose a Europa. Sus anteriores parejas e hijos quedaron atrás. Tarquin Olivier recordaría con amargura: “No recuerdo un solo momento de mi vida en que mi madre no me dijese que él la había abandonado para casarse con la mujer más bella del mundo”. Pese a todo, Vivien y Jill acabaron teniendo una relación cordial, igual que Laurence con Leigh Holman.

 

 

Mientras, tras haber pasado los meses de rodaje de Lo que el viento se llevó separados escribiéndose apasionadas cartas de amor, Olivier obtuvo por fin el divorcio de Jill y Vivien y él pudieron casarse. La boda tuvo lugar el 31 de agosto de 1940 en San Ysidro Ranch, en Santa Bárbara. El lugar pertenecía al director Ronald Coleman y esa noche no sería su única colisión con el mundo de la fama: años después allí pasarían su luna de miel otros novios famosos, JFK y Jackie Kennedy, y el director John Huston se retiró a uno de sus aposentos para escribir el guión de La reina de África. Para evitar la posible publicidad negativa que ya habían tenido al ser atacados por cierta prensa por ser “amantes adúlteros”, la ceremonia duró 3 minutos, se celebró a medianoche y solo hubo cuatro invitados;  Katherine Hepburn era uno de ellos. Se dice que Laurence Olivier pidió que el acto tuviese lugar en la terraza con vistas a las verdes montañas para poder imaginarse que estaba en Inglaterra. Desde entonces, se convirtieron de forma oficial en “los Olivier”...Los Olivier eran sinónimo de elegancia, atractivo y sobre todo respeto artístico. Vivien ya lo había dejado claro durante la promoción de Lo que el viento se llevó; ella era una actriz, no una estrella. Se diría que Hollywood no sabía qué hacer con ella, y ella tampoco parecía muy conforme con las posibilidades que se le brindaban, además de que le imponían parejas que no deseaba como partenaires –como Robert Taylor– en vez de a su marido, por su menor potencial taquillero. Larry compartía ese desprecio común en el fondo que todos los actores británicos forjados en recitar a Shakespeare desde la niñez sentían por el cine, al que consideraban un arte, si no menor, no tan digno de su talento, y al sistema de estudios de Hollywood, poco menos que una cadena de montaje en la que la sensibilidad individual se asfixiaba antes de poder florecer. Los Olivier optaron por montar con su propia compañía una producción teatral de Romeo y Julieta que coincidió con el estallido de la Segunda Guerra Mundial.

 “Me da vergüenza decir que nuestros corazones necesitaron poco tiempo para entusiasmarse con la idea de causar cierta sensación, y ser reconocidos además como intérpretes de Shakespeare, y no solo como artistas de cine”...explica Olivier. Acabaron perdiendo 96.000 dólares con esa obra, “todos nuestros ahorros de Lo que el viento se llevó, Cumbres borrascosas, Rebeca y Orgullo y prejuicio”.

 

 

El matrimonio regresó a Inglaterra, asediada por la guerra, tras rodar Lady Hamilton. Él había aprendido a volar en Estados Unidos y se alistó en la Raf como piloto, considerando una obligación luchar por defender su país frente a Hitler. Ella se esforzó por organizar actos de recogida de fondos y colaborar con los esfuerzos bélicos del país. Pese a su aparente energía, sus viejos amigos les encontraron desmejorados tras la etapa americana; Noel Coward escribía que ella había desarrollado un “problema con el alcohol” y que “parecían infelices”. Nada comparado con lo que estaba por llegar. En el 44 Vivien contrajo una tuberculosis crónica por la que tuvo que guardar nueve meses de convalecencia y de la que ya nunca se recuperaría del todo. Y al año siguiente, mientras rodaba César y Cleopatra, sufrió un aborto que la hirió en lo más hondo. Durante muchos años, en la mitología de la actriz y de la pareja, esto se consideró un detonante de su enfermedad, cuando en realidad Vivien ya venía mostrando síntomas de desequilibrio desde tiempo atrás y es de suponer que cualquier acontecimiento acabaría por acelerar el proceso. Los rumores sobre la inestabilidad de Vivien comenzaban a difundirse en el círculo de su compañía teatral. Se hablaba de ataques de ira y explosiones de rabia sin motivo en los que la actriz no atendía a razones y “le cambiaba la mirada”. Esa virtud que ante la pantalla había hecho de ella una actriz portentosa, el ser capaz en un instante de pasar de una emoción a la contraria solo con el brillo de sus ojos, se convertía en la vida real en algo escalofriante para los que lo presenciaban. Olivier, en esta etapa, se esforzaba por creer o hacer ver que no había ningún problema. Escribía sobre su esposa durante una estancia de ambos en Nueva York para hacer teatro: “Aprovechó también ese buen momento para tranquilizarlos, y mostrar de paso a otras partes interesadas que estaba mucho más fuerte, más llena de vida y en mejor estado de salud de lo que se había supuesto”. En apariencia, estaban en la cumbre del éxito. Poseían una casa encantadora en el barrio de Chelsea londinense, Durham Cottage, y una auténtica mansión medieval que se convirtió en la otra obsesión de Olivier, Notley Abbey. En esta casona de campo en la que había pernoctado Enrique V, los Olivier reunían a lo más granado del teatro británico, a los grandes nombres de Broadway y a estrellas de Hollywod. Rex Harrison y su esposa Lilli Palmer, Orson Welles, Leigh el ex marido de Vivien o David Niven eran visitantes asiduos. Hasta trabaron amistad con Churchill, que les obsequió con un cuadro de flores pintado por él mismo. Para rematar la estampa de perfección, en el 47 Olivier fue nombrado Lord por la casa real, el honor más grande para un artista que consideraba la labor del actor parte del patrimonio cultural del país. “En 1947, mi felicidad era tan grande como para desdoblarse”, escribe en sus memorias. “Lo tengo todo”, decía con orgullo; tengo mucho de lo que nadie podría merecer: el amor de mi vida, más perfecto de lo que uno pudiera soñar; mi carrera que, después de mucho trabajarla, está dando esta fantástica cosecha; una preciosa casa en el campo; y dos cosas que nunca había pedido: un Rolls-Royce y un título de nobleza”.

 

 

 

 

Según Olivier, el fin llegó para él de forma inesperada. Estaban en su casa Durham Cottage, un día de primavera, cuando ella dijo: “Ya no te quiero”. Debí de quedarme tan pasmado como realmente lo estaba, porque luego añadió: “No es que haya otro ni nada por el estilo; quiero decir que todavía te quiero, pero de otra manera. No sé, como si fueras un hermano…”. Empleó esas mismas palabras. Y para mí fue lo mismo que si me hubieran dicho que me habían condenado a muerte. Más tarde, un amigo mío me dijo que debía haberla mandado a paseo o haberme marchado; no aguantar nunca en silencio una humillación semejante, sólo por cubrir las apariencias”. El actor reconoce haber sido incapaz de reaccionar ante la declaración de su esposa; por eso y por no querer “desilusionar a la gente” que veía en ellos una pareja perfecta, acabó por “continuar como si nada hubiera pasado. Hermano y hermana. Con no poca sorpresa por mi parte, algunas veces no había oposición a ciertos actos incestuosos. Suponía que iría aprendiendo a soportar esa extraña vida, mientras no intentara nunca volver a ser feliz”. La pareja no llegó a establecer de forma clara los nuevos términos de su matrimonio, pero se dejaron llevar por la inercia a una especie de acuerdo tácito el que Vivien podía acostarse con quién lo desease. Y eso incluía mucha gente. El furor sexual de la actriz era proverbial, y aunque al principio de su relación Olivier lo había considerado una muestra de su pasión mutua, pronto comenzó a pesarle. Le costaba seguirle el ritmo. Ante un amigo se había confesado agotado, y le aclaraba: “No es por los ensayos, es por Vivien. Cada día es dos o tres veces. Me está sacando la sangre”. Que ella desease tener relaciones sexuales con mucha más frecuencia que él les ocasionaba no pocos conflictos. En sus memorias, Laurence da una larga y prolija explicación de por qué no tenía fuerzas para el sexo: “En los momentos en que se sentía tristemente decepcionada ante los resultados de mis esfuerzos amorosos en la intimidad, era difícil hacerle comprender que todo eso ya lo había puesto en mi actuación, y que uno no puede ser un atleta en dos campos distintos al mismo tiempo; es probable que un atleta sexual no encuentre energías suficientes para hacer otra clase de trabajo atlético, y la interpretación de los grandes papeles es y será siempre atlética, pues depende de una energía interna, aunque no visible. Muchas veces he oído decir que los más soberbios ejemplares de boxeadores, luchadores y campeones de casi todas las ramas del deporte, resultan decepcionantes a la hora de quitarse el reverenciado suspensorio”.

 

Laurence Olivier escribe que cuando llegaron los años 50 se dieron cuenta de un problema habitual en muchas parejas: se aburrían muchísimo si estaban solos. “Nuestra propia compañía, a secas, nos producía una tremenda depresión. Por primera vez, la idea del suicidio empezó a tener atractivo para mí. Hasta entonces, nunca habíamos tenido que comprobar hasta qué punto nuestra vida juntos estaba sostenida y alentada por la presencia de nuestros amigos y el brillo de la posición que ocupábamos”. Pero el tedio iba a ser la menor de sus preocupaciones. Se rodeaban de gente y tapaban con bullicio el vacío que sentían, pero en el caso de Vivien, este bullicio empezó a ser demasiado. Siempre había sido insomne, le bastaba con dormir cinco horas cada noche, pero empezó a descansar incluso menos tiempo todavía, le bastaban dos horas por noche. Se pasaba conversando con sus invitados hasta altas horas de la madrugada y, cuando el tema languidecía, era incapaz de parar de moverse, se ponía a cocinar o comenzaba a hacer planes para acudir a una invitación o un estreno pocas horas después. “Vivien había empezado a preocuparse de una forma anormal por nuestra reputación en sociedad”, describe Olivier, contando que si no iban a alguna fiesta, al día siguiente ella se leía todos los periódicos para ver si en las crónicas les habían echado de menos. “Comprendí que era víctima de alguna extraña obsesión”. En la biografía de la actriz, de Alexander Walker recoge el testimonio de un invitado que pasó un fin de semana en Notley en 1951 y vio a Laurence llorando con desesperación en una habitación mientras murmuraba: “Me quedan diez años de carrera. ¡Tengo que dormir!”. Vivien ya había mostrado estallidos de actividad frenética seguidos de depresiones en el pasado y dado muestras de conducta desordenada, considerada irracional. En su día, había sido sencillo justificarla con motivos como el aborto o la presión laboral que sufría en una profesión que requería tanta implicación emocional y tan voluble como la de actriz. Pero llegó un punto en el que empezó a estar claro que aquello no era normal, con todas las salvedades que hoy pongamos a lo que es normal y no. “Me encontraba a Vivien sentada al borde de la cama, sollozando y retorciéndose las manos, en un estado espantoso”, cuenta Laurence. Él se esforzó por buscarle un psiquiatra, al que ella se negó a ir, por terror a que los fotógrafos, siempre pendientes de la pareja, la retratasen acudiendo a una consulta. Además, Olivier describe que ella se volvió experta en ocultar su verdadero estado a todas las personas que les rodeaban excepto a él, incluidos los médicos. Al final, llegó el diagnóstico. Hoy, a lo que Vivien Leigh le ocurría se le llama bipolaridad; entonces se conocía como manía depresiva.

 

Estaban en una época en la que la enfermedad podría tener ya nombre, pero para el común de los mortales, Vivien era, a secas y con crueldad, una histérica. Olivier afirma no haberse entendido con los psiquiatras americanos. “Creo que tendrían que haberse tomado la molestia de decirme qué le pasaba a mi mujer; que su enfermedad se llamaba manía depresiva, y explicarme lo que eso significaba: una cosa que podía hacerse permanente, con oscilaciones entre estados de depresión profunda y de locura furiosa e incontrolable. Si los doctores no me lo explicaron o yo no lo entendí, da lo mismo; lo importante es que no tenía ni idea de lo que se me venía encima”. El tratamiento que existía en aquella época para tratar algo así era contundente y brutal. Consistía en curas de sueño en las que se sedaba al paciente durante días para que durmiese y la aplicación de electroshoks en la cabeza que en efecto calmaban y tranquilizaban… al tiempo que producían otros daños, a veces, peores. “Al primer síntoma de agudizamiento, había que llevar al paciente, aunque fuera por la fuerza, para que le anestesiaran enseguida y pudieran aplicarle las corrientes”... “Al despertar, el enfermo se encontraría tranquilo. Lo único que puedo decir es que Vivien, después de haber recibido ese tratamiento, ya no era la misma chica de la que yo me había enamorado. Era para mí una persona extraña, y hasta un punto que nunca hubiera podido imaginar”. Para algunos biógrafos como Donald Spoto, Laurence fue un egoísta que abandonó a su esposa cuando ella más le necesitaba; si se leen las memorias del actor, el panorama es mucho más complicado. Aparece un hombre superado por un problema que no puede comprender ni solucionar, “un monstruo misterioso y malvado con espirales cada vez más agobiantes y mortales”. Al principio, la ama profundamente, pero ella ha dejado de corresponderle, o le corresponde a veces sí y a veces no, y es imposible saber si sus sentimientos son una consecuencia de su enfermedad o independientes de ella. Con este diagnóstico, la vida sexual tan activa de Vivien aparece no como una celebración festiva del goce físico, sino como otra consecuencia de su desequilibrio mental, algo desordenado y compulsivo. “Le pedía a sus amigos y a mí que le trajésemos amantes. Tenía una necesidad sexual extremada”, contaría su secretaria Sunny Lash. “Todos sabíamos que era una enfermedad mental, una manía depresiva, pero tenía que haber algo más, porque su actitud hacia los hombres desconocidos era muy poco normal”, relataba un guionista de la época. No es de extrañar que se le atribuyesen affaires con casi todos sus compañeros en pantalla y fuera de ella. Según el libro que consulte, Vivien se acostó con Rex Harrison, Richard Burton, Elia Kazan, Marlon Brando y también unas cuantas mujeres. El ubicuo Scotty Bowers, por supuesto, también la menciona en sus memorias Servicio completo: “Era muy sexual y muy excitable. Puesta en faena exigía una satisfacción plena y completa. Vivien no podía controlarse. Era estentórea. Chillaba y se reía. Tuvo un orgasmo tras otro, cada uno era más estruendoso que el anterior. Fue uno de los mejores polvos que yo había tenido en mi vida”.

Las infidelidades de su esposa acabaron por ser una preocupación menor para Olivier, que relata un vía crucis de idas y venidas, separaciones y crisis que se alargan durante años. Ella se rodeaba todo el tiempo de otros hombres, incluidos actores jóvenes de su compañía teatral, pero había peligros mayores. Por ejemplo, relata que en una ocasión “Cecil (Tennant) y yo estábamos en casa de David Niven. Me enteré de que él y Stewart Granger habían oído rumores del más siniestro género. Un antiguo amor de los tiempos en los que todavía no nos conocíamos...su nombre era John... se había ido a vivir con ella a su casa y andaba vestido con túnicas y togas hechas con toallas, aprovechándose todo lo que podía de ella y asi se agravaba su enfermedad”. Sus amigos entraron en la casa, “y quedaron horrorizados al ver a Vivien, completamente desnuda, balanceándose en la barandilla de la escalera”.

 

Sin embargo, en 1952, la situación había mejorado en apariencia... “La enfermedad de Vivien parecía haberse curado sola”, escribe Olivier, que para entonces ya tenía claro que su esposa estaba liada con Peter Finch. “Los dos estaban irresistiblemente en la pleamar de una pasión que los consumía. No podía culpar a Peter. ¿No estaba haciendo lo mismo que le hice yo al marido de Vivien 17 años antes?”. Cuando Vivien le contó su historia con Finch al escritor Terence Rattingan, famoso entre otras cosas por la obra Mesas separadas, éste la transformó en el guión de The VIP’s. En la película, otra tumultuosa pareja de la vida real, Richard Burton y Elizabeth Taylor, interpretaban a un matrimonio en crisis en el que ella, gran actriz de éxito, pretendía abandonar a su marido por un amante más joven. Si Vivien se planteaba hacer algo así, lo cierto es que nunca lo consiguió del todo. Y eso que la ruptura definitiva con su marido parecía haber llegado cuando su amante Peter Finch y ella se trasladaron a Sri Lanka a rodar La senda de los elefantes. Lo que ocurrió allí fue una quiebra emocional que todo el equipo de la película presenció. La actriz apenas dormía y comenzó a sufrir alucinaciones; no distinguía lo que era real de lo que sucedía en su cabeza. Llamaba a Peter “Larry”, repetía a gritos diálogos de Un tranvía llamado deseo y se negaba a salir de su vestidor durante horas. El rodaje tuvo que suspenderse durante un tiempo y Vivien fue sustituida por Elizabeth Taylor. En el vuelo de regreso a Los Ángeles, Leigh intentó saltar del avión. Olivier tuvo que ingresarla en una clínica mental en Surrey. “Yo iba en camino de ir a parar también a él”, escribe con desesperación. Su esposa se pasó tres meses internada, sometida a un tratamiento de curas de sueño y electroshock. Las marcas de quemaduras en sus sienes fueron visibles durante mucho tiempo después de salir del hospital. En el 1955, una amiga común, Lilli Palmer, le sugirió a Olivier que le diese a su esposa otro hijo, que esa “sería la solución”. Los médicos no lo vieron inconveniente y Vivien se quedó de nuevo embarazada. Pero al tercer mes de gestación sufrió un aborto espontáneo. “El médico prescribió un nuevo niño lo antes posible, tan pronto como ella estuviera completamente repuesta”, cuenta Laurence. Como había ocurrido la vez anterior, la actriz se sumió en una depresión durante varios meses. “Por alguna razón que no pude descubrir, Vivien, con calma pero con firmeza, se oponía a la idea de volver a intentarlo, y yo comprendí que no habría nuevo embarazo. Tal vez fuera mejor así”.

Pese a tener lo más cerca posible un caso de enfermedad mental seria, Olivier fue inclemente con Marilyn Monroe, con la que rodó El príncipe y la corista y a la que describe (equivocadamente) como “esquizoide”. Como actor y director, terminó harto de la presencia de la profesora Paula Strasberg en plató y del método Stanivslasky, que despreciaba. No es de extrañar. Si en el Método se trataba, a grandes rasgos, de que el actor encontrase al personaje en sí mismo, buceando en sus traumas y vivencias propios, la forma de interpretar de Olivier consistía más bien en lo contrario. Según Donald Spoto, él se sumergía en “un océano de emociones sobre el escenario” porque estaba tan reprimido y contenido que era incapaz de gestionar sus propios sentimientos fuera de él.

 

 

 “Pronto empecé a sentir unos deseos cada vez más fuertes de unirme a otra persona, por la que me había sentido atraído en los últimos meses. De repente, Vivien me preguntó un día si estaba enamorado de esa chica y yo contesté que sí. Por suerte, no le pareció nada mal. “Eso es maravilloso para ti”, recuerdo que dijo, y también maravilloso para ella”. Además de con Tutin, tuvo otros romances con Sarah Miles, protagonista de La hija de Ryan, cuando ella tenía 18 y él 53, o Claire Bloom, pero sus “impulsos de rebelarse” no se quedaban solo en que él pasase a tener sus propias amantes. “Una noche, casi contra mi voluntad, perdí la paciencia”. Cuenta que esto ocurrió cuando Vivien empezó a azotarle en los ojos con un paño mojado. Él se fue al estudio de música y cerró la puerta con llave, pero ella empezó a aporrearla. “Recuerdo todo lo que pasó después, pero si tuviera que responder por ello no sería capaz de decirle a un juez cuáles habían sido mis intenciones. Abrí la puerta, la agarré de la muñeca, la arrastré por el pasillo, abrí la puerta de su cuarto y con todas mis fuerzas, desde la mitad de la habitación, la lancé sobre la cama. Antes de caer en ella, se dio un golpe contra la esquina de la mesilla de mármol junto a la ceja izquierda, y se hizo una brecha entre la sien y el ojo. Comprendí con horror que éramos capaces de matarnos el uno al otro. Tenía que marcharme de allí a toda prisa”. A Vivien le quedó un corte en el párpado que tuvo que tapar durante un tiempo con un parche.

“Vivien se marcha, Vivien vuelve; Peter está fuera, Peter vuelve. Uno o dos amores más, de escasa duración, aparecieron y se desvanecieron de la vida de Vivien”. Tras romper con Dorothy, Larry se enamoró de nuevo de otra actriz, Joan Plowright, 22 años menor. Era 1959 y Olivier iba a embarcarse en el largo rodaje de Espartaco que se prolongaría durante seis meses. Le pareció que aquella ausencia sería apropiada para romper de forma definitiva con su esposa tras más de 20 años, y decidió aprovechar el día del cumpleaños de ella para comunicarle su decisión. “Mentí al decirle que no había otra persona en mi vida, pero que, simplemente, consideraba que nuestra relación debía llegar a su fin”. Años después, Joan contaría a la BBC: “Esperamos porque no queríamos forzar a alguien con un problema de ese tipo a cometer algún acto violento. Ella cambiaba continuamente de parecer. Un día decía que aceptaba el divorcio y al día siguiente pensaba lo contrario”. Fue la propia Vivien la que aceleró las cosas en 1960, al contarle a un periodista que su marido estaba enamorado de Joan Plowright. Esto aceleró las cosas, firmaron el divorcio y Laurence y Joan pudieron casarse el 17 de marzo de 1960 en Connecticut. Él tenía 53 años, ella 31. Tuvieron tres hijos y formaron un matrimonio estable y feliz hasta el final de sus días.. Claro que esta armonía puede haber escondido una doble vida. Citando de nuevo a Spoto, Laurence Olivier mantuvo una relación de más de diez años con el actor Danny Kaye. El biógrafo también refiere otros romances homosexuales, como uno con el todopoderoso crítico teatral Kenneth Tynan.. Sobre este tema, Enrique Herreros, hijo del famoso productor español del mismo nombre, contaba en su libro, A mi manera, que una noche en Nueva York se encontró en un bar a Olivier flirteando con un joven negro, con el que salió abrazado del local en evidente actitud amorosa. Todo esto podría haber sido mencionado por el propio Olivier en sus memorias, pero estas fueron expurgadas a su muerte por Joan, no está claro si porque él mismo se lo pidió o no. Joan no llegaría a desmentir ni confirmar nunca los rumores sobre la homosexualidad o bisexualidad de su marido; cuando se le preguntó sobre el tema, haría hincapié en su legado interpretativo, que nadie discute y sigue muy presente tras la muerte del actor en 1989. Para Vivien, el final llegó mucho antes. Consiguió cierta estabilidad emocional junto al actor Jack Merivale, que fue su pareja durante sus últimos años, pero estaba claro que sus problemas no dependían de tener un compañero amoroso a su lado que la cuidase y protegiese. Sus crisis siguieron siendo públicas y afectando todos los ámbitos de su vida. Trabajaba poco y con dificultades, luchando por sobreponerse. Por ejemplo, durante el rodaje de El barco de los locos, su última película, golpeó a Lee Marvin con tanta fuerza que le dejó una marca en la cara. Que una de las actrices más brillantes de su época se viese mermada por algo tan cruel como una enfermedad mental conmovía y emocionaba al público, que siempre la tuvo presente. Pero no fue la manía depresiva la responsable de su fallecimiento, sino aquella tuberculosis crónica que la atacaba cada cierto tiempo. Vivien solo tenía 53 años, pero ya había envejecido de forma prematura por los achaques de salud. Estaba restableciéndose de una crisis de la enfermedad guardando cama en su casa de Londres cuando se levantó para ir al baño. Al hacerlo, sus pulmones se llenaron de sangre y cayó al suelo, ahogada. Laurence Olivier y Vivien Leigh nunca habían dejado de tener contacto del todo, y por eso su exmarido fue una de las primeras personas a las que Merivale avisó aquella noche de 1967....

 

 “Imaginando cuál sería mi estado de ánimo, Jack Merivale abrió la puerta del dormitorio, volvió a cerrarla despacio, y me dejó solo con la que había compartido conmigo una vida. El símil más adecuado que se me ocurre es comparar a Vivien con algo que te sube por los aires hasta el cielo, para dejarte luego caer de repente, como si no fueras a pararte nunca. Me quedé allí de pie, y recé por todo el mal que había ido creciendo entre nosotros. Siempre me ha sido imposible no creer que era yo, en cierto modo, la causa de los trastornos de Vivien, que se debían a alguna falta que había en mí, por más que cada uno de los muchos psiquiatras con los que nuestra situación me obligó a ponerme en contacto, me asegurara lo contrario. Suficiente para hacer que uno se vuelva loco, ¿no?”.

 

 

Según sus herederos, Laurence nunca logró olvidarla. Cada vez que se encontraba con alguna de sus películas en televisión, la contemplaba melancólico y suspiraba:

 “Eso, eso sí que era amor”.

 

He sentido aflorar muchos recuerdos, muchos sentimiento al escribir este articulo, a ambos los admiré. los amé y los seguiré amando mientras viva....Son parte de mi vida como amante del cine y..."como persona".

 

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